“Manejos a conveniencia”
Marcos: 12, 13-17
En aquel tiempo, los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos le enviaron a Jesús unos fariseos y unos partidarios de Herodes, para hacerle una pregunta capciosa.
Se acercaron, pues, a Él y le dijeron: “Maestro, sabemos que eres sincero y que no te importa lo que diga la gente, porque no tratas de adular a los hombres, sino que enseñas con toda verdad el camino de Dios. ¿Está permitido o no, pagarle el tributo al César? ¿Se lo damos o no se lo damos?”
Jesús, notando su hipocresía, les dijo: “¿Por qué me ponen una trampa? Tráiganme una moneda para que yo la vea”. Se la trajeron y Él les preguntó: “¿De quién es la imagen y el nombre que lleva escrito?” Le contestaron: “Del César”. Entonces les respondió Jesús:
“Den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”. Y los dejó admirados.
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No sabemos cual será la intención de personas que nos tratan de manera no tan ordinaria, es decir, aquellas que denotan que buscan algo a su favor, aquellas que van desde darnos un simple saludo en publico para que alguien note el trato personal, hasta quien adula para caer bien y usar la empatía para su propio beneficio.
Un mundo donde las hipocresías están flor de piel, donde hay que tener la suficiente paz y agudeza para discernir si el trato es bueno y sincero, o todo lo contrario.
Usar a un hermano, amigo, pariente o simple conocido, es siempre doloroso ya que el hacer el bien sin mirar a quién, se pone el tela de juicio, porque hacer el bien, resulta en perjuicio para la persona que da de sí misma y sale perjudicada o dañada sin ganas de volver a hacer el bien ni confiar en los demás.
La verdad es siempre el mejor aliado, y es donde nos debemos de mover para ver claro, sobre todo esos manejos a conveniencia, como el que le quisieron hacer a Jesús, donde pensaron manipular la verdad, con quien es la verdad.
Es por ello siempre mucho mejor dejar la mentira, descubrirla e implantar la verdad, le duela a quien le duela, sobre todo cuando es preferible incomodar, a permitirles hacernos daño, ya que primero estás tú, antes de quien te desea un mal.